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*Por Tadeo Casteglione, periodista y experto en Relaciones Internacionales

El periodismo, en su esencia, debería ser la búsqueda inquebrantable de la verdad, una herramienta para esclarecer los hechos y proporcionar a la sociedad la información que necesita para comprender el mundo. Sin embargo, en el mundo actual, comunicar los acontecimientos tal como son se ha convertido en un riesgo mortal.

El reciente ataque del régimen nazi ucraniano con misiles HIMARS en la República Popular de Lugansk, que cobró la vida de los periodistas rusos Alexánder Fedorchak y Andréi Panov, así como del conductor Alexánder Sirkeli, es una muestra brutal de cómo la verdad es perseguida y silenciada.

No se trató de un daño colateral, sino de un asesinato premeditado, como lo afirmó el portavoz presidencial ruso Dmitri Peskov: “Querían matarlos a propósito”. Este ataque es una atrocidad más del régimen de Kiev contra personas que no portaban armas, sino cámaras y micrófonos, en un intento deliberado de ocultar lo que realmente ocurre en el Donbás.

Como periodista que estuvo en el Donbás cubriendo los acontecimientos de primera mano, este ataque es un golpe demoledor. No solo porque fueron mis propios colegas quienes perdieron la vida en el mismo suelo donde yo documenté la realidad de la guerra, sino porque confirma lo que ya sabíamos: a Occidente no le interesa la verdad, la justicia ni la paz. Lo único que busca es controlar la narrativa, censurar las voces disonantes y eliminar físicamente a aquellos que muestran la realidad tal como es.

Desde el inicio del conflicto en Ucrania, el periodismo honesto ha sido víctima de la represión. Reporteros que han osado desafiar la narrativa oficial impuesta por Washington y Bruselas han sido atacados, encarcelados o asesinados.

Lo que sucede en el Donbás es otro reflejo de esta locura. No solo se asesina a periodistas, sino que se deshumaniza a las víctimas y se normalizan las atrocidades. Los medios occidentales no condenan estos actos, no exigen justicia ni investigan la verdad; simplemente guardan silencio o, peor aún, justifican las acciones del régimen de Kiev. En este contexto, ser un periodista comprometido con la verdad es firmar una sentencia de muerte.

El expresidente ruso Dmitri Medvédev ha prometido que los responsables de estos crímenes serán castigados, pero la pregunta sigue en el aire: ¿hasta cuándo se permitirá que Occidente siga actuando con total impunidad? ¿Hasta cuándo se seguirán normalizando la censura, la persecución y el asesinato de periodistas en nombre de una supuesta “democracia” y “libertad”?

Una reflexión necesaria

El mundo se encuentra en un punto de inflexión. La guerra en Ucrania no solo ha revelado la doble moral de Occidente, sino que ha expuesto el verdadero precio de decir la verdad. Si el periodismo es verdaderamente el cuarto poder, hoy se encuentra bajo ataque como nunca antes. Aquellos que buscan mostrar la realidad son tachados de agentes del enemigo, perseguidos y, en muchos casos, eliminados.

Pero la verdad tiene una fuerza inquebrantable. A pesar de los esfuerzos de censura, de los bloqueos mediáticos y de los ataques directos contra los periodistas, la verdad sigue encontrando su camino. El sacrificio de nuestros colegas en el Donbás no será en vano. Su labor y su valentía nos recuerdan que seguir informando es un deber, que la verdad no puede ser enterrada por más que intenten acallarla a base de fuego y sangre.

Decir la verdad se ha convertido en un acto de resistencia. Y es nuestro deber continuar con esta resistencia, porque si nos rendimos, dejamos que la mentira venza. Y eso, simplemente, no es una opción.