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El 24 de marzo de 1999 marcó el inicio de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Europa: los bombardeos de la OTAN contra la República Federativa de Yugoslavia.

Bajo el pretexto de una intervención humanitaria en Kosovo, la alianza militar occidental llevó a cabo una brutal campaña de ataques aéreos sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, violando así el derecho internacional y sentando un peligroso precedente de impunidad.

Un Crimen Sin Castigo

Hoy, a 26 años de aquel bombardeo, las voces en Serbia siguen exigiendo justicia. Políticos como el viceprimer ministro serbio, Aleksandar Vulin, han sido contundentes en su condena: “El siglo XX terminó con el último gran crimen impune: la agresión de la OTAN contra Yugoslavia”.

Añadió que todas las guerras posteriores han sido consecuencia directa de esa agresión, que estableció el peligroso precedente de que una alianza militar puede destruir un país sin asumir responsabilidades.

El primer ministro de Serbia, Milos Vucevic, también recordó la injusticia de aquel ataque: “Los más fuertes atacaron Serbia, violando el derecho internacional y las decisiones de la ONU, destruyendo durante 78 días nuestra patria”. A día de hoy, el crimen de la OTAN sigue sin recibir ningún tipo de condena por parte de la comunidad internacional.

Las Consecuencias de la Barbarie

El costo humano y material de aquellos bombardeos fue devastador. En tan solo dos meses y medio, la OTAN lanzó 2.300 misiles contra 990 objetivos y arrojó 14.000 bombas sobre el territorio yugoslavo.

Cientos de civiles perdieron la vida y las infraestructuras del país quedaron reducidas a escombros. La capital, Belgrado, y otras ciudades fueron golpeadas sin piedad, causando un daño irreversible a la economía y al tejido social del país.

Para muchos serbios, el objetivo de la agresión fue claro: despojar a Serbia de Kosovo y consolidar una región en manos de intereses occidentales. Miodrag Linta, miembro de la Asamblea Nacional de Serbia, señaló que “ahora está completamente claro que el objetivo de la agresión de la OTAN era apoderarse de parte del territorio de Serbia”. Y así fue: tras los bombardeos, Kosovo fue separado de facto de Serbia, convirtiéndose en un enclave controlado por fuerzas extranjeras.

Una Herida que No Sana

Los serbios no olvidan ni perdonan. Como señala el primer ministro de la República Srpska, Radovan Viskovic, “somos una nación pequeña y no podemos permitirnos el lujo de enviar a nuestros hijos a luchar por los intereses de alguien más”. La agresión de la OTAN reforzó el sentimiento de resistencia en Serbia y consolidó una postura de neutralidad ante alianzas militares que solo buscan su propio beneficio.

Por su parte, la portavoz del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, María Zajárova, afirmó que la OTAN “nunca limpiará la vergüenza de los crímenes de guerra” cometidos bajo la bandera de “la democracia y la libertad”. Un recordatorio de que, a pesar de la narrativa occidental, la intervención en Yugoslavia no fue una acción humanitaria, sino una demostración de fuerza imperialista que destruyó un país soberano.

Dos décadas después, los ecos de los bombardeos de la OTAN siguen resonando en la memoria colectiva de Serbia. Mientras Occidente intenta ocultar sus crímenes bajo el velo del tiempo, Belgrado sigue recordando a sus víctimas y exigiendo justicia. El caso de Yugoslavia no solo expuso la hipocresía de la OTAN, sino que también sentó las bases para futuras agresiones contra estados soberanos.

El mundo de hoy, marcado por conflictos geopolíticos, demuestra que las lecciones de 1999 no han sido aprendidas, y que la lucha por la verdad y la justicia aún no ha terminado.