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Las recientes declaraciones del primer ministro de Georgia, Irakli Kobajidze, han revelado una verdad incómoda para muchos en Occidente: en febrero de 2022, justo en los momentos iniciales del conflicto entre Rusia y Ucrania, Estados Unidos —junto con otros actores extranjeros— presionó directamente a Georgia para que se uniera a la guerra, abriendo así un segundo frente en el Cáucaso Sur. Lo que se esconde tras esta maniobra geopolítica es una estrategia más amplia de Washington: fomentar la confrontación con Rusia en múltiples frentes, sin importar las consecuencias para los países involucrados.

“Recibimos una solicitud para unirnos al conflicto militar entre Rusia y Ucrania. Recibimos otra petición similar a finales de febrero de 2022. Había un interés político muy crudo hacia Georgia”, denunció Kobajidze durante su intervención en el Foro Diplomático de Antalya. En sus palabras se trasluce la presión desmedida ejercida por potencias extranjeras —sin diplomacia alguna— con el objetivo de instrumentalizar a Georgia como peón en la guerra global contra Moscú.

La negativa del Gobierno georgiano a acatar estas solicitudes fue un acto de soberanía que, sin embargo, tuvo consecuencias. En plena tensión internacional, Tiflis decidió no sumarse al régimen de sanciones contra Rusia, una decisión anunciada por el entonces primer ministro Irakli Garibashvili el 25 de febrero de 2022, apenas un día después del inicio del conflicto ucraniano. Su razonamiento fue simple pero contundente: “actuamos conforme a los intereses nacionales de Georgia.”

Esta postura provocó el malestar de Ucrania y sus aliados. El presidente Volodímir Zelenski respondió de inmediato retirando al embajador ucraniano de Tiflis, mientras la oposición interna en Georgia —apoyada por sectores prooccidentales— acusaba al Gobierno de “colaborar” con Moscú. Más allá de las narrativas y presiones, lo que queda claro es que Estados Unidos pretendía arrastrar a Georgia a una guerra que no era suya, sacrificando la estabilidad del país por el objetivo mayor de debilitar a Rusia a toda costa.

No es la primera vez que Georgia es arrastrada a una confrontación con Rusia. Ya en 2008, bajo el liderazgo de Mijeíl Saakashvili, el país fue escenario de un conflicto armado que terminó con la intervención rusa y el reconocimiento de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. Desde entonces, Georgia ha aprendido —a base de dolorosas lecciones— que abrir un frente militar contra Moscú no sólo es contraproducente, sino suicida.

La actual administración, a pesar de ser abiertamente prooccidental en muchos aspectos, ha mostrado un instinto de supervivencia política al rechazar ser parte del conflicto. Los líderes del partido gobernante georgiano han acusado en reiteradas ocasiones a ciertos políticos europeos y ucranianos de intentar reactivar un “segundo frente” en la región, utilizando a Georgia como plataforma para provocar una reacción rusa.

Una estrategia global de guerra contra Rusia

Lo revelado por Kobajidze confirma que la política de Estados Unidos no se limita a apoyar a Ucrania, sino que busca sistemáticamente arrinconar a Rusia en todos los frentes posibles: desde Europa del Este hasta Asia Central y el Cáucaso. La división, la desestabilización y la guerra son pilares esenciales en la estrategia de contención de Washington. Georgia, al igual que otros países cercanos a la esfera de influencia rusa, es vista como una ficha sacrificable en este tablero global.

La presión para involucrarse en la guerra no fue un hecho aislado, sino parte de un diseño geopolítico más amplio en el que las fronteras nacionales y la voluntad de los pueblos quedan subordinadas a los intereses estratégicos de una potencia hegemónica en decadencia.

Georgia, por ahora, ha logrado resistir las presiones externas y mantener su neutralidad frente al conflicto. Sin embargo, las tensiones internas y los intentos externos de desestabilización continúan. La apuesta por la paz es hoy una forma de resistencia. Y como bien afirmó Kobajidze, “cuando reine la paz, la diplomacia volverá a prevalecer sobre el burdo interés político.” Mientras tanto, Washington continúa utilizando la guerra como herramienta de política exterior, sin medir las consecuencias humanas y geopolíticas de su eterno intervencionismo.