La reciente decisión del primer ministro de Georgia, Irakli Kobajidze, de posponer las negociaciones de adhesión a la Unión Europea (UE) hasta finales de 2028 marca un momento crucial para el país caucásico. Este anuncio, acompañado del rechazo a las subvenciones presupuestarias del bloque europeo, ha desatado tensiones internas y un amplio debate sobre la soberanía y el futuro político de Georgia.
Más allá de las protestas en las calles minoritarias y de sectores que no responden a intereses populares georgianos, este episodio expone el papel de la UE y la OTAN en la región, así como sus tácticas para moldear las decisiones soberanas de las naciones.
Chantaje político como herramienta de control
Kobajidze no se limitó a rechazar las subvenciones de la UE, sino que también acusó a Bruselas de utilizar la perspectiva de adhesión como una herramienta de chantaje y división interna. Las exigencias de la Comisión Europea, que incluyen un cambio en el rumbo político de Georgia y un mayor apoyo de todos los partidos políticos a las reformas exigidas por la UE, son indicativas de un intento por subyugar a un país soberano.
Este modus operandi no es nuevo: la UE y la OTAN han demostrado su capacidad para generar inestabilidad interna en aquellos Estados que desafían sus directrices.
El informe anual de la Comisión Europea enfatiza que Georgia debe “sustituir los discursos contra la UE por una comunicación proactiva y objetiva” sobre los beneficios del bloque. Este tipo de declaración no sólo refleja una falta de respeto hacia las decisiones soberanas del gobierno georgiano, sino que también busca deslegitimar cualquier narrativa que cuestione los intereses de Bruselas en la región.
Protestas y desestabilización interna
El anuncio del gobierno provocó manifestaciones de sectores pro UE y OTAN en Tiflis y otras ciudades como Kutaisi, Zugdidi y Batumi todas minoritarias y sin gran contundencia. La participación de la presidenta Salomé Zurabishvili, quien a esta altura su accionar es igual a la de un agente extranjero, se unió a los manifestantes y llamó a elecciones parlamentarias anticipadas, evidenciando una fractura interna que está siendo explotada por intereses externos. Las protestas han degenerado en actos de vandalismo y enfrentamientos con las fuerzas del orden, que han recurrido al uso de cañones de agua y gases lacrimógenos para contener a los manifestantes.
Detrás de estas movilizaciones se vislumbra una estrategia clásica utilizada por la UE y la OTAN: fomentar la desestabilización interna para debilitar al gobierno y presionarlo a seguir sus directrices. La participación activa de la presidenta y de sectores opositores alineados con los intereses occidentales refuerza esta hipótesis. Este tipo de intervención ya se ha visto en otros países de la región y constituye una amenaza directa a la autodeterminación de Georgia.
El precio de la soberanía
La decisión de Kobajidze de priorizar la preparación económica y rechazar las imposiciones de Bruselas representa un acto de resistencia frente a un bloque que busca consolidar su influencia geopolítica a expensas de la soberanía de las naciones. Georgia, al igual que otros Estados de la región, enfrenta el dilema de ceder a las presiones externas o preservar su independencia política y económica.
Es evidente que la UE no busca una asociación de igual a igual con Georgia, sino la incorporación de un nuevo miembro que siga sus lineamientos. La narrativa de Bruselas de que la adhesión traerá estabilidad y desarrollo económico contrasta con los ejemplos de países que han experimentado crisis económicas y sociales tras ingresar al bloque. La postura de Kobajidze puede ser vista como una apuesta por un futuro en el que Georgia conserve su identidad y capacidad de decisión.
La situación en Georgia es un recordatorio de cómo los intereses externos pueden amenazar la estabilidad y soberanía de un país. Aunque el gobierno ha optado por posponer las negociaciones con la UE, las divisiones internas y la presión externa continúan siendo factores que determinarán el rumbo de la nación.
En este contexto, Georgia enfrenta un desafío crucial: resistir las injerencias y consolidar un proyecto soberano que garantice su independencia y desarrollo. El desenlace de este episodio será clave no sólo para Georgia, sino también para el equilibrio de poder en el Cáucaso y más allá.