*Nota especial escrita por Gabriel Gallardo.
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos, que están pronto a realizarse dentro de una semana para el 5 de noviembre de 2024, prometen ser un evento crucial en la política estadounidense. En el centro de esta contienda se encuentran dos figuras emblemáticas: Donald Trump, el ex presidente y líder del Partido Republicano, y Kamala Harris, actual vicepresidenta y candidata del Partido Demócrata.
Esta elección no solo decidirá quién ocupará la Casa Blanca durante los próximos cuatro años, sino que también tendrá una suma importancia e impacto a nivel mundial, sobre todo con un panorama convulso a nivel geopolítico en medio de un posible choque bélico militar directo entre potencias mundiales en una hipotética Tercera Guerra Mundial.
La campaña se está desarrollando en un contexto de tensa polarización política, marcada por cuestiones internas como la crisis migratoria y una fuerte crisis económica que amenaza con llevar al país al borde de una recesión para fines de este año. Mientras Donald Trump busca recuperar el poder tras su controvertida salida en 2021, por otro Kamala Harris enfrenta los fracasos asociados con la administración actual de Joe Biden, que ha sido objeto de críticas por su gestión.
Entre los fracasos que se mencionan se encuentran la caótica retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, que permitió la toma del poder por parte de los talibanes; la incapacidad para prevenir la incursión y operación militar rusa en Ucrania, ya que este país no logro cumplir los Acuerdos de Minsk II; y la actual crisis que se desarrolla en Oriente Medio con el estado, donde se denuncia constantemente en todas las organizaciones mundiales el genocidio palestino perpetrado por el estado sionista Israel, entre otros temas.
Comenzaremos este artículo con una frase icónica y realista del controvertido y fallecido diplomático estadounidense Henry Kissinger: “ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser su amigo es fatal.” Es importante resaltar esta frase, pues cobra especial relevancia para la conclusión de este artículo.
Con esta introducción, nos encontramos a pocos días de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en las cuales se renovarán y elegirán, a nivel federal, al presidente y vicepresidente, así como a 435 miembros de la Cámara de Representantes, 54 senadores y, a nivel estatal, 11 gobernadores y más de 5,800 legisladores estatales.
El próximo martes 5 de noviembre de 2024, el mundo entero deberá prestar atención a los acontecimientos en el país de las barras y estrellas, donde se desarrollarán las elecciones presidenciales. Como es habitual, se enfrentarán los dos principales partidos: el Partido Republicano y el Partido Demócrata.
El Partido Republicano presenta como candidato al expresidente Donald Trump, quien buscará retornar al poder tras su derrota en las elecciones de 2020 frente a la actual vicepresidenta Kamala Harris, la candidata del Partido Demócrata, cuyo objetivo es consolidar la continuidad de su partido en el gobierno.
No obstante, Donald Trump no es el mismo que en su primer período presidencial, y en diversas declaraciones públicas ha mostrado una ruptura con la postura de su mandato anterior. En el caso de Trump, su figura ha sido etiquetada de manera simplista como “nazi/fascista” o incluso “Hitler 3.0” por algunos tanto los medios del establishment estadounidense, como desde el liberalismo progresista y sectores de la izquierda indefinida apoyados en Harris.
Por otra parte, la derecha que respalda a Trump ha acusado a Kamala Harris de ser una “marxista radical.” Ambos enfoques, sin embargo, son erróneos y superficiales. A continuación, expondré por qué esta caracterización es incorrecta.
La candidata oficialista Kamala Harris fue seleccionada a última hora como la representante del Partido Demócrata, debido a los bajos índices de apoyo que reflejaba el presidente Joe Biden en las encuestas presidenciales.
Aunque Harris ha consolidado su respaldo dentro de la base tradicional del Partido Demócrata, con fuerte hegemonía en sectores académicos, artísticos, y entre diversas minorías y movimientos sociales (como las comunidades afroamericanas, latina, LGTBIQA+ y feminista), aún no ha logrado superar a Trump en las preferencias.
El último sondeo, publicado por The New York Times en colaboración con Siena College el pasado viernes 25 de octubre, revela un empate técnico entre Harris y Trump, con un 48% de apoyo para cada uno. Esta semana será crucial para definir quién será el próximo líder de la nación estadounidense durante los próximos cuatro años.
(véase la encuesta publicada por The Ne York Times/Siena College Poll)
Kamala Harris, quien se autodenomina una política progresista y defensora de los sectores minoritarios de la sociedad estadounidense, es una candidata que cuenta con un sólido respaldo económico en su campaña. Utilizando términos marxistas, su apoyo proviene de la burguesía cosmopolita estadounidense, representada por figuras e instituciones como Blackrock, el Foro de Davos, la Fundación Open Society de George Soros, Jeff Bezos, Bill Gates, y el Club Bilderberg, entre otros.
Este bloque busca consolidar, a toda costa, la hegemonía económica, política y militar de Estados Unidos, aun cuando el país enfrenta una profunda crisis geopolítica ante el surgimiento de un bloque multipolar liderado por Rusia y China a través de los BRICS+.
Por otro lado, Donald Trump es respaldado por esa reducida burguesía industrial estadounidense que se niega a desaparecer, que es encabezada principalmente por el dueño de Tesla, Elon Musk y que por palabras del propio Trump tendría un puesto importante en su administración si llega a gobernar.
Aunque ambos bloques capitalistas se encuentren enfrentados mutuamente, ambos tienen un importante objetivo común que es seguir manteniendo el dominio absoluto de Estados Unidos como imperio hegemónico a nivel mundial en lo que resta del siglo XXI.
Donald Trump tiene una particularidad significativa: dentro del Partido Republicano, ha logrado transformar su figura en un movimiento propio, el denominado “trumpismo”. Este movimiento ha trascendido el ámbito político del partido y se ha convertido en un fenómeno cultural, donde esta “derecha,” más sociológica que ideológica, aspira a alcanzar una hegemonía no solo en el llamado Occidente, sino también en el contexto global.
Ejemplos de esta afinidad se observan en líderes como Marine Le Pen en Francia, Viktor Orbán en Hungría y, en Iberoamérica, gobernantes con quienes Trump mantiene afinidad, tales como Javier Milei, presidente de Argentina, y Nayib Bukele en El Salvador. Este fenómeno es inédito dentro del Partido Republicano, y ni siquiera con figuras emblemáticas como Ronald Reagan se observó una influencia similar.
Es importante aclarar brevemente a los lectores de este artículo: Donald Trump no es la reencarnación de Adolf Hitler, ni un nazi o fascista, e incluso no es un liberal. Trump es un conservador en términos sociales y un proteccionista en términos económicos, orientado a revitalizar la industria estadounidense actualmente deslocalizada en Asia.
Su perfil es el de un capitalista clásico, lo cual explica en gran medida por qué tantos trabajadores industriales estadounidenses votan por él. Sin embargo, esto no significa que sea un “santo” o un puritano; como representante del Imperio estadounidense y como capitalista clásico, sus intereses pueden entrar en conflicto con los de otras potencias. Trump cuenta con el respaldo del lobby sionista, tanto judío como evangélico, que tiene una fuerte presencia social y financiera en Estados Unidos.
Aunque en su administración anterior Trump no desató un conflicto armado en ninguna región, esto no garantiza que mantendría la misma postura en una posible segunda administración. En el ámbito geopolítico, Trump probablemente buscaría un acercamiento con Rusia en relación con la intervención militar en Ucrania, lo que implicaría el cese de la ayuda militar y financiera estadounidense a Volodimir Zelensky.
Por otro lado, la relación con Israel es un tema relevante para Trump, quien, al igual que Harris, ha manifestado un respaldo total a Benjamin “Bibi” Netanyahu, incluyendo su postura hacia el genocidio y conflicto que ocurre en Palestina y la República Islámica de Irán.
En cuanto a Kamala Harris, su enfoque resulta similar al de Trump, aunque considerablemente más agresivo y beligerante. ¿Por qué? Harris probablemente tendrá una postura militar más firme en relación con los conflictos actuales en el escenario mundial, lo que coloca al votante estadounidense en una encrucijada: elegir entre una candidata que podría acercar al mundo a una posible Tercera Guerra Mundial o un “mal menor” con una administración hipotética de Trump, cuyo enfoque no es del todo previsible.
No es casual que el Partido Demócrata haya estado involucrado en los dos conflictos mundiales a gran escala. Los principales enemigos estratégicos de los demócratas, bajo cualquier circunstancia, siguen siendo Rusia y China. Por otro lado, Trump considera a China, no tanto a Rusia, como su mayor rival, pues el ascenso de China la aproxima cada vez más a consolidarse como la próxima potencia hegemónica.
En este contexto, Iberoamérica se encuentra al final de la agenda, pues tanto Harris como Trump mantendrán medidas de sanciones económicas severas hacia países como Venezuela, Nicaragua y Cuba. Sin embargo, Harris obtendría apoyo en la región de la izquierda liberal afín al Partido Demócrata, que actualmente gobierna en países como México, Chile, Brasil y Colombia. Kamala Harris continuaría considerando a la región como su “patio delantero” y podría mostrar una postura algo menos agresiva en comparación con Trump.
En el caso de una posible segunda administración de Trump, Iberoamérica asumiría un papel aún más subordinado, visto como un “patio trasero” de manera más radicalizada bajo la aplicación de la Doctrina Monroe, la cual no permite compartir la influencia regional con otras potencias como Rusia o China.
Concluyo este artículo señalando que, desde el realismo político, el resultado de las elecciones puede ser irrelevante en términos de poder real. Independientemente de quién gane, ni el Partido Demócrata ni el Republicano poseen el control absoluto en los Estados Unidos. El verdadero poder radica en lo que se denomina el “Deep State,” compuesto por la industria militar estadounidense, Wall Street, Silicon Valley, el Pentágono y el influyente lobby sionista judío.
Estas instituciones y grupos ejercen una influencia sustancial en las decisiones clave que determinan el rumbo de los Estados Unidos como nación.