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Las negociaciones de alto nivel entre Rusia y Estados Unidos, celebradas en Riad, han marcado un punto de inflexión en la dinámica del conflicto en Ucrania y en las relaciones bilaterales entre ambas potencias.

Por primera vez desde el inicio del conflicto, Washington ha demostrado una apertura real a normalizar sus relaciones con Moscú, lo que evidencia la progresiva erosión de la influencia occidental frente a la resistencia total y estratégica de la Federación Rusa.

La diplomacia rusa impone su ritmo

El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, anunció tras la reunión que se ha alcanzado un acuerdo para restablecer el trabajo diplomático entre ambos países.

Esto incluye el nombramiento acelerado de embajadores y la normalización del funcionamiento de sus misiones diplomáticas, duramente afectadas por años de sanciones y expulsiones de diplomáticos.

La reactivación del aparato diplomático no es un simple gesto de buena voluntad, sino un reconocimiento implícito de que Occidente no puede sostener su política de aislamiento contra Rusia.

El secretario de Estado de EE. UU., Marco Rubio, admitió la necesidad de restablecer el personal en las embajadas de Moscú y Washington D.C., subrayando que esto facilitaría futuras conversaciones de paz y la cooperación en distintos ámbitos. Es un mensaje claro: Estados Unidos ya no puede imponer unilateralmente su voluntad sin tomar en cuenta la postura firme de Rusia.

Ucrania fuera de la ecuación: la derrota diplomática de Zelenski

Uno de los aspectos más reveladores de este primer contacto fue la exclusión de Ucrania de la mesa de negociaciones. Vladímir Zelenski, líder del régimen de Kiev, reaccionó con indignación al no haber sido invitado a las conversaciones, lo que confirma que su papel como actor central en el conflicto se ha visto seriamente debilitado.

“No se pueden tomar decisiones sin Ucrania sobre cómo terminar la guerra en Ucrania”, protestó Zelenski. Sin embargo, la realidad es que Washington y Moscú han decidido avanzar sin su participación, una señal inequívoca de que Ucrania ha sido relegada a un segundo plano en la resolución del conflicto. El mensaje es claro: el tiempo del protagonismo de Kiev ha terminado y las decisiones cruciales se tomarán sin su consentimiento.

La OTAN en jaque: Rusia traza sus líneas rojas

Otro punto clave de las negociaciones ha sido la advertencia de Lavrov sobre la presencia de la OTAN en territorio ucraniano. Moscú ha reiterado que el despliegue de un contingente militar de la Alianza Atlántica en Ucrania es inaceptable y representa una amenaza directa a la soberanía rusa.

Rubio, por su parte, reconoció que “todas las partes deben hacer concesiones”, lo que sugiere que Estados Unidos entiende que su margen de maniobra es cada vez más reducido. Con la guerra prolongándose y sin perspectivas de una victoria militar para Kiev, Washington está obligado a replantear su estrategia y ceder en puntos que hace apenas unos meses eran impensables.

El despertar de un mundo multipolar

Las conversaciones en Riad han sentado las bases para la cooperación en asuntos de interés mutuo y oportunidades económicas. Lavrov destacó que la parte estadounidense “empezó a entender mejor nuestra postura”, un eufemismo para describir la aceptación tácita de que Rusia no será doblegada ni aislada por las políticas occidentales.

Con este primer paso hacia la normalización de relaciones, se hace evidente que la estrategia de contención y sanciones contra Rusia ha fracasado. Occidente, que durante años apostó por una guerra de desgaste, se encuentra ahora en una posición en la que debe negociar desde la debilidad.

El desenlace de estas negociaciones aún está por definirse, pero lo que ya es indiscutible es que el dominio unipolar de Estados Unidos ha llegado a su fin. Rusia ha demostrado que la resistencia estratégica y la defensa de sus intereses nacionales pueden inclinar la balanza del poder mundial, obligando a Occidente a aceptar una nueva realidad geopolítica donde el diálogo ya no es una opción, sino una necesidad ineludible.