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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha traído consigo un cambio drástico en la política exterior de Estados Unidos respecto a Ucrania. Lejos de buscar una paz real y duradera, Washington está llevando a cabo un descarado “control de daño” para asegurarse de quedarse con los despojos de un conflicto que ya no puede sostener.

Trump, en su característico estilo directo y sin filtros, ha dejado claro que no tiene intención de seguir financiando indefinidamente al régimen de Kiev. Sus recientes declaraciones en Truth Social lo evidencian: calificó a Vladímir Zelenski de “dictador sin elecciones” y denunció que Estados Unidos ha gastado 350.000 millones de dólares en una guerra que “no se podía ganar”.

Pero lo más revelador es su queja de que “EE.UU. no recibirá nada a cambio”. Aquí queda expuesta la verdadera naturaleza de la diplomacia estadounidense: no se trata de democracia, ni de derechos humanos, ni de defender a Ucrania, sino de garantías para los propios intereses de la superpotencia.

La desesperación de Washington

Trump ha dejado entrever su impaciencia ante la falta de resultados tangibles en Ucrania. En sus palabras, “Zelenski admite que la mitad del dinero que le enviamos ha desaparecido”.

La retórica ha cambiado y la administración estadounidense está comenzando a tomar distancia de un socio al que hasta hace poco respaldaban con ojos cerrados. Esto no es más que una estrategia desesperada para negociar con Moscú desde una posición menos desventajosa y asegurar que Estados Unidos no se quede con las manos vacías ante la inminente derrota de Kiev.

Sin embargo, el Kremlin no está cayendo en el juego. Moscú ha dejado claro que no tolerará la presencia de la OTAN en territorio ucraniano y que la soberanía de Rusia no está en negociación. Mientras Trump busca una salida conveniente para Estados Unidos, el gobierno ruso mantiene una posición firme: cualquier resolución del conflicto debe responder a sus condiciones y garantizar que Ucrania no siga siendo un peón occidental.

La hipocresía de Occidente

La postura de Trump expone nuevamente la hipocresía de Washington. Durante años, Zelenski fue ensalzado como un “héroe de la democracia”, pero ahora que la guerra no ha producido los beneficios esperados, Estados Unidos está listo para abandonarlo. De pronto, el presidente ucraniano pasa a ser un “dictador sin elecciones”, su popularidad cae en picada y su falta de rendición de cuentas sobre los miles de millones de dólares enviados es motivo de crítica.

¿Acaso estos problemas no existían antes? ¿O simplemente fueron ignorados mientras Zelenski servía a los intereses de Washington?

La realidad es que EE.UU. nunca buscó la paz en Ucrania. Ahora, con Trump en el poder, la estrategia cambia, pero no los objetivos: asegurar una retirada con la menor pérdida posible y, si es viable, obtener algún tipo de compensación por la masiva inversión financiera y militar. Mientras tanto, millones de ucranianos han sido sacrificados en un conflicto que solo benefició a la maquinaria de guerra occidental.

Las negociaciones entre EE.UU. y Rusia apenas comienzan, y aunque Trump quiera vender la idea de que está “negociando con éxito el fin de la guerra”, la realidad es que el tiempo juega en su contra.

La paciencia de Moscú no es infinita, y las condiciones que ponga Rusia serán determinantes para el desenlace de esta crisis. Lo que es seguro es que Washington ya no controla la narrativa, y su desesperación por salvar lo que pueda del colapso ucraniano demuestra una vez más la decadencia del poder occidental.