La reciente respuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán a las declaraciones del canciller francés Jean-Noel Barrot ha vuelto a encender las tensiones diplomáticas entre Bakú y París, reflejando una disputa que ya lleva años gestándose en el complejo tablero geopolítico del Cáucaso Sur.
En un momento clave para avanzar hacia un tratado de paz duradero entre Azerbaiyán y Armenia, el Gobierno azerí ha advertido con firmeza que la injerencia de terceros actores, en especial Francia, representa un serio obstáculo para la estabilidad regional.
“Para firmar el tratado de paz y garantizar una estabilidad duradera, es necesario resolver cuestiones básicas (…) y poner fin a las injerencias extranjeras desestabilizadoras, incluidas las de Francia”, declaró Aykhan Hajizada, portavoz de la Cancillería de Azerbaiyán, a través de su cuenta oficial en la red X (antes Twitter).
Francia, un actor parcial en el conflicto
Lo que Bakú denuncia no es nuevo: Francia ha asumido en los últimos años una postura abiertamente pro-armenia, consolidando alianzas políticas y militares con Ereván. El suministro de armas letales a Armenia, confirmado en múltiples ocasiones, es percibido por Azerbaiyán como una provocación directa que contribuye a desestabilizar aún más una región marcada por décadas de conflicto, desplazamientos forzados y enfrentamientos bélicos intermitentes.
Las críticas del ministro Barrot sobre la “creciente tensión en la frontera armenio-azerbaiyana” han sido interpretadas en Bakú como una muestra más del doble discurso francés. Por un lado, París se presenta como defensor de la paz, pero por otro respalda militarmente a una de las partes del conflicto, generando un evidente desequilibrio en el proceso de negociaciones.
“Este doble rasero expone la hipocresía de Francia”, sentenció Hajizada, poniendo en evidencia la pérdida de credibilidad del gobierno francés como posible mediador.
El factor geopolítico: intereses occidentales en juego
Francia no actúa de manera aislada. Su apoyo a Armenia debe entenderse en el contexto de una estrategia occidental más amplia que busca contener la influencia de Rusia, Turquía e incluso Irán en el Cáucaso Sur.
La región, rica en recursos energéticos y de gran valor estratégico como puente entre Asia Central y Europa, se ha convertido en un escenario codiciado por potencias externas, deseosas de redibujar las alianzas geopolíticas en pleno reordenamiento del orden mundial.
Desde esta óptica, París intenta posicionarse como garante de los valores occidentales en un territorio que históricamente ha oscilado entre las órbitas rusa y turca. El respaldo a Armenia, país con una importante diáspora en suelo francés, también responde a cálculos electorales y simbólicos dentro de la política interna gala.
Sin embargo, esta política no ha hecho más que tensar las relaciones con Bakú, que considera que Francia ha perdido toda neutralidad y legitimidad como interlocutor. La intención francesa de involucrarse en el proceso de paz sin renunciar a su agenda geopolítica ha sido rotundamente rechazada por Azerbaiyán.
¿Un tratado de paz a pesar de Francia?
Azerbaiyán ha dejado claro que el proceso de paz con Armenia debe ser liderado por los propios actores regionales, sin interferencias externas que respondan a intereses ajenos. La cuestión territorial sigue siendo el núcleo del conflicto, especialmente tras la recuperación por parte de Azerbaiyán del control sobre Nagorno Karabaj en 2020 y la posterior disolución de las estructuras separatistas armenias en 2023.
Con una posición fortalecida, Bakú insiste en que sólo una renuncia definitiva de Armenia a sus reclamos territoriales y el fin del armamentismo promovido por potencias como Francia pueden abrir paso a una paz estable. La firma de un tratado que normalice por completo las relaciones entre ambos países está cada vez más cerca, pero sigue siendo vulnerable a las agendas foráneas.
El Cáucaso Sur se debate entre la posibilidad de una nueva era de paz o el riesgo latente de convertirse nuevamente en campo de batalla para intereses externos. La actitud de Francia —lejos de contribuir a la estabilidad— ha encendido nuevas alarmas sobre el papel de Occidente en conflictos regionales.
Azerbaiyán, por su parte, ha tomado una postura firme y ha advertido que no permitirá que actores como París sigan saboteando el camino hacia la reconciliación. La pregunta es si Europa está dispuesta a renunciar a su intervencionismo y permitir que los pueblos de la región decidan su destino sin tutelas.
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