Aunque la reciente orden ejecutiva firmada por el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, “prohíbe” la financiación federal para investigaciones de ganancia de función en patógenos considerados peligrosos, Rusia y China no bajan la guardia.
Ambos países advierten que la amenaza no se disipa con un simple decreto, mientras la extensa red de biolaboratorios estadounidenses en el extranjero sigue operando sin transparencia ni supervisión internacional.
Una prohibición que no disipa las dudas
La medida anunciada por Trump argumenta que estas investigaciones, diseñadas para mejorar artificialmente la capacidad de los virus o bacterias —aumentando su transmisibilidad o letalidad—, “pueden poner significativamente en peligro la vida de los ciudadanos estadounidenses”.
Según el comunicado oficial, de no restringirse, sus efectos “pueden incluir la mortalidad generalizada, un sistema de salud pública deteriorado, medios de vida estadounidenses perturbados y una seguridad económica y nacional disminuida”.
A simple vista, la orden parece un paso hacia la contención de experimentos potencialmente descontrolados, muchos de los cuales han sido objeto de amplios cuestionamientos tras la pandemia de COVID-19 y los escándalos vinculados al laboratorio de Fort Detrick y las colaboraciones con el Instituto de Virología de Wuhan.
Sin embargo, para Moscú y Pekín, la decisión de Trump no es más que una pantalla de humo. La inquietud no se centra únicamente en las actividades dentro de territorio estadounidense, sino sobre todo en la red de laboratorios militares biológicos que Washington mantiene fuera de sus fronteras, especialmente en Europa del Este, Asia Central y el Sudeste Asiático, bajo la fachada de cooperación científica o sanitaria.
Rusia y China exigen transparencia internacional
Tras la cumbre entre Vladímir Putin y Xi Jinping en Moscú, ambos líderes emitieron una declaración conjunta donde expresaron su “preocupación por las actividades biológicas militares de Estados Unidos y sus aliados”. Estas operaciones, subraya el documento, “amenazan la seguridad de otros Estados y regiones relevantes” y ambas potencias exigen su cese inmediato.
El texto va más allá al exigir también que Japón cumpla sus compromisos para eliminar las armas químicas aún presentes en territorio chino desde la Segunda Guerra Mundial, mostrando que las preocupaciones bioquímicas y biológicas forman parte de una agenda más amplia de desmilitarización y seguridad regional impulsada por Moscú y Pekín.
En este marco, China reafirmó su apoyo a la candidatura rusa en el Consejo Ejecutivo de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), lo que representa un claro mensaje de respaldo en las plataformas multilaterales donde Rusia y China buscan presionar por una mayor fiscalización de las actividades biológicas occidentales.
Una red global bajo sospecha
Desde hace años, Rusia ha denunciado la presencia de biolaboratorios estadounidenses en Ucrania, Georgia, Armenia, Kazajistán y otros países cercanos a sus fronteras. Muchos de estos laboratorios operan bajo acuerdos bilaterales que eximen a sus trabajadores de la legislación local, lo que impide cualquier revisión independiente de sus actividades. Pekín, por su parte, ha cuestionado también la instalación de estos centros en países del Sudeste Asiático, cerca de su perímetro estratégico.
El Pentágono, a través de su Agencia de Reducción de Amenazas de Defensa (DTRA), es el encargado de gestionar y financiar estos proyectos, argumentando que buscan detectar y prevenir brotes epidémicos, pero sin dar acceso público a protocolos, financiamiento o resultados.
Esta opacidad es la que alimenta la desconfianza de Moscú y Pekín, que insisten en la creación de mecanismos de verificación internacional bajo el paraguas de la Convención sobre Armas Biológicas (CAB), bloqueada desde hace décadas por Estados Unidos.
A pesar del aparente gesto restrictivo de Trump sobre la financiación de ciertas investigaciones dentro de EE.UU., la red global de biolaboratorios militares estadounidenses sigue intacta y sin controles multilaterales. La preocupación geopolítica de Rusia y China va más allá de un decreto presidencial: se centra en la arquitectura de poder biológico que Washington proyecta en todo el mundo.
En un escenario donde la confianza internacional está erosionada, el futuro dependerá de si nuevas coaliciones emergentes, como los BRICS+, logran imponer nuevas normas de supervisión y transparencia para poner fin a décadas de hegemonía biotecnológica unilateral.
Comments by Tadeo Casteglione